Elena Belmonte
LA MUJER, muy guapa, de unos cincuenta años, aunque con un extraordinario aire juvenil, sentada ante el velador de un café. Se dirigirá a un supuesto camarero, al que no vemos.
LA MUJER: Desde que he dejado de fumar, lo de tomarme un café es un suplicio… Ya se lo dije a mi marido: “dejaré de fumar si quieres, pero me da que lo vas a lamentar”… Y después de decírselo, lo lamenté yo porque siempre lamento lo que digo. Tengo una larga costumbre en eso de sentirme culpable. Una “buena chica” procura ser complaciente… Y yo lo he sido siempre: con mi marido, con mis amigos, con la mujer a la que le compro el pan, con mi madre…
¿Sabe? Yo no puedo vivir sin mi madre. Si mi madre se muere, yo me muero detrás. No sé qué tiene ella, pero la necesito para respirar. Un día mi marido me dijo que yo estaba enferma y que la culpa la tenía mi madre que era una posesiva. Que yo era una niña eterna y que vivía en el País de Nunca Jamás como Wendy o en el inframundo como Perséfone… Mi marido es un hombre culto… Es un hombre inteligente, guapo, incluso divertido, pero yo todavía no sé por qué me casé con él. Bueno, sí, me casé con él porque no quería contrariarle, me dije “pobre chico, con lo majo que es, ¿cómo voy a disgustarle diciéndole que no?…, ¿quién soy yo para decirle que no a alguien?… Y luego estaba mi madre, que parecía entusiasmada con él… Y tampoco quería disgustarla… claro.
SILENCIO.
El caso es que dejé de fumar, ¿sabe? Y fue el principio del espanto… Primero empecé a notarme una cosa rara en el estómago, como si lo tuviera lleno de arañas, hasta que yo misma me sentía de color negro y con patas. Otro día me miré en el espejo y no supe quién era esa mujer que tenía delante. Tenía arrugas alrededor de los ojos, pero daba la impresión de llevar coletas o de estar chupando alguna piruleta. Me dije a ver si voy a ser Wendy, como dice mi marido… Durante horas intenté hablar con esa mujer tan extraña del espejo, le hice preguntas… ¿quién era?, ¿qué quería?, ¿qué narices le pasaba?… Lo más curioso es que parecía tener los ojos cerrados y a base de preguntas conseguí que medio abriera uno… Me pareció que me decía que se estaba despertando y que averiguara la historia de Perséfone… ¡Otra vez ese maldito nombre¡… Pero ¿quién demonios era esa tal Perséfone?… Era un nombre horrible, como de hierro…
SILENCIO. Luego triste.
… Ahora ya sé quién es Perséfone. Puedo asegurárselo. He leído su historia millones de veces. Perséfone, la del inframundo, Perséfone, la raptada para casarse. Perséfone, separada a la fuerza de su madre… ¿Sabe que su madre no cejó en el empeño de tener a Perséfone a su lado y así consiguió pasar temporadas con ella? Perséfone, dividida entre un marido y una madre…
SILENCIO. Se emociona.
¡Qué chica tan tonta¡… Dividirse de esa manera… ¿Por qué no cogió la maleta y se largó a hacer su vida? ¿Por qué tenía que estar complaciendo a su marido y a su madre? La habían raptado, cada uno a su manera, y encima ella empeñada en quererles… Leyendo todo aquello, no sé…, me entró una rabia tan grande que pensé que iba a reventar en pedazos, hasta me pareció que crecía y que el techo de la habitación me aplastaba la cabeza… Tuve miedo… Un miedo cerval… Y me fui a la calle y miraba a la gente y tenía la sensación de que no la había visto nunca… El mundo estaba lleno de gente y yo empeñada en no verla… Me metí en un bar y bebí hasta acabar subida en la barra, cantando, gritando “¡que le den por el culo a esos dos¡”.
SILENCIO LARGO.
Se preguntará que pasó después…
SILENCIO.
… Me he convertido en la mujer más insurrecta, sediciosa, subversiva, insurgente, levantisca y rabiosa del mundo… Le he tomado el gusto a esos adjetivos, ya ve usted, …como si fueran mi bandera… Y me gustaría decir que lo hago por mí, pero no…, creo que no…, creo que, en el fondo, lo sigo haciendo por ellos dos, para incordiarles…
SILENCIO.
El memo ése dice que no me soporta, y yo le digo “¿y qué?”, “¿a quién le importa?”. Le conté a mi madre que ahora me acuesto con el primero que me sale al paso y ella se puso enferma del disgusto…, su niña tan buena, convertida en una bruja de repente, pero no me sentí culpable, por primera vez no me siento culpable… Me siento… ¡exaltada¡, ¡enardecida¡… Quién lo diría, ¿verdad?
SILENCIO.
¿Usted cree que llegará el día en que me pueda tomar un café sin fumar y sin soltarle mi rollo al camarero de turno? ¿Piensa usted que llegará el día en que seré capaz de coger la maleta y salir por la puerta y decirles adiós a esos dos? Marcharme sin mirar atrás… Ese día en que tenga una profesión, en que me mire en el espejo y la mujer del espejo tenga los dos ojos abiertos y sea ella la que me pregunte…, la que me pregunte cuál es mi nombre… Y yo sepa contestarle…
SILENCIO MUY LARGO. LA MUJER saca un cigarrillo, lo mira. Saca un mechero.
… No, no voy a encenderlo…
SILENCIO. Sigue mirando el cigarrillo, sin llegar a encenderlo.
…Mi madre ha muerto… ¿sabe?… Y yo sigo aquí…, aquí…, aquí…, como si aún me estuviera viendo…
SILENCIO.
LA MUJER se levanta lentamente. Camina hacia el lateral, enciende el cigarrillo. Se vuelve hacia donde se supone está el camarero.
… Lo siento…
SALE.
Se hace el OSCURO.
Magnífico monólogo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como Perséfone?.
Es un monólogo delicioso. En muy poco tiempo se pueden ver todos los estados del personaje. Vamos desde la obediencia a la ira, al desconcierto ante esa Perséfone descubierta. Su transformación y su deseo de ser otra aunque no lo logre del todo. Y esa madre implacable con tan pocas pinceladas. Ese marido «perfecto». Me encanta la disculpa final y me gusta mas todavía que encienda el cigarrillo. Gracias por un monólogo tan magnífico.