Por Lola B Gallardo
Tengo su cadáver a mis pies. Lo miro fijamente para que desaparezca, pero sigue ahí, con su balazo entre ceja y ceja. Aún conserva su calor de muerto reciente y un olor a pólvora intenso y nasal que me hará estornudar tarde o temprano. Quiero dejar de verlo. Quiero que se muera más. Lo deseo con todas mis fuerzas. No puedo soportar el juicio de sus ojos, no me gustan con su mirada dulce y ahora pétrea. No quiero escuchar otra vez la risa de campanillas bailarinas que celebran la vida en su garganta. Me vuelvo sobre los talones para no verlo y, de espaldas, recuerdo que antes del tiro de gracia, antes de la sorpresa y el miedo era un niño perfecto, sin más. Todo en mi hermano era delicado, níveo, ideal. Sus manos eran huesudas y ágiles de nacimiento. Su porte elegante. Sus pasos se recreaban en un flotar etéreo a un palmo del suelo. Mi madre decía que había traído a este planeta un ser de otro mundo; lo vestía a diario con ropas de domingo y para las fiestas de guardar le ofrecía un traje de estreno.
Yo me conformaba con ropas de algodón que planchaba el servicio, y aparecía entre mi familia como un bulto agregado a un cuadro armónico y noble que podría haber prescindido enteramente de mi. Para agradar, procuraba acomodarme a los gustos familiares por los retratos de antepasados y me afanaba con el cuidado de los caballos, con el arte de la poda, el cálculo del riego o el estudio de las cosechas. Yo quería que me gustasen el ahogo de la tradición, los valores morales y el peso de la culpa. Necesitaba que me vieran más allá de la luz cegadora y vital de mi hermano. Ahora no puedo dejar de verlo a mis pies, tieso como la raspa de un pescado, como una espada.
Dentro de poco el muerto empezará a enfriarse y su piel marmórea se hará transparente, violeta. No volverá a cantar con su voz de castrado, no cazará mariposas con la mosquitera y mi padre no le dirá más veces que heredará la gloria, la casa, la honra. Ya no escuchará en la radio programas de canciones dedicadas, ni mi abuela podrá decirle dame un beso, vida mía. Vieja como es, se mustiará de pena sin su ángel. Se irá antes de lo previsto al otro barrio. Mejor, para qué esperar. Cae la tarde. Lo miro de reojo.
Oscurece con la rapidez de octubre; lloverá pronto un agua de estrellas de plomo, de agujas. Lloverá un diluvio hasta enfangar la tierra, pesadamente. En un rato nos llamarán para la cena; entonces, el hilo de sangre dejará de gotear de sus labios y no habrá mas simpatía, ni recital de versos en Navidades, ni arrullos, ni los cuadernos de letra refinada e inglesa que tanto festejaba mi padre. Nadie le pelará mas naranjas de postre ni lo bañara en agua de jazmines para que huela a primavera. Nadie le dará más gusto que el de echarle encima una losa de tierra y rezarle un Ave María el Día de los Difuntos.
Me da miedo tocarlo. No sé en cuanto tiempo un muerto familiar se transforma en un fiambre. No sé casi nada de la muerte que no sea este gusto violento y feroz por pegarle dos tiros, por escuchar cada disparo como un trueno, una estampida de bestias encerradas que salen campo a través con rumbo incierto. Sigo aquí, con mi olor a cuadra y a presa distraída. Le doy un puntapié y siento que se agita como si aún le quedase un penúltimo aliento. No es muy grande. Si no lo buscasen quizá no lo verían hasta pasado un mes o dos. Detrás de esos matorrales no es demasiado visible, pero yo sé que está aquí como un nudo en la boca del estómago, como un manojo de hebras verdes que se agarró a las paredes de mi tripa la tarde en que mi padre dijo: “Es un varón”.
Tengo frío. Quiero que nos busquen para cenar. Que lo encuentren, que lo vean. Quiero que me pregunten y no decir nada. Despacio empiezo a ensayar las lágrimas y mi dolor de mentira. Dejo sobre las hojas secas la escopeta. Quiero mi herencia, mis vestidos nuevos y su caligrafía de letra inglesa. Quiero comerme los gajos de sus naranjas amargas y que me den a mí los besos que le daban. Quiero que empiece a oler mal y que no haya baño de jazmín que lo remedie.
Un golpe de viento eriza la hojarasca a su alrededor. Me agacho para comprobar que no respira. Me bajo las bragas, meo y huele muy fuerte, a meada de espárragos. El líquido amarillo se escurre por la hierba como un riachuelo y le moja la mano derecha. La toco y está helada. Es la hora de la cena y han empezado a llamarnos. Nos buscan con luces de candil mientras a lo lejos gritan nuestros nombres. El tazón de leche con sus magdalenas estará dispuesto en la mesa. Yo me tumbo a su lado, me acurruco junto a él sin piedad y espero a ver la desesperación de mi madre. Me sube hiel hasta los dientes. Quiero que nos encuentren pronto. Tengo hambre y el otoño viene frío.
ESO NO VA A PODER SER
-¿Algún tipo especial?
-¿Es qué tienen ofertas de hombres? Yo creía que eran todos iguales.
– Iguales, iguales… Mujer, me refería a si lo quiere usted rubio, moreno, alto, bajo, con una buena salud o… ¡Para gustos, colores!
-Ah…
-¿Quiere que le presupueste alguno en concreto? Puedo ofrecerle un “XP Perfection Man” que está fenomenal…
-¿Si? No sé… Yo…yo querría el mejor, con todos los extras y sin reparar en gastos. Comprenderá que si me decido no pienso conformarme con menos.
-Dígame qué busca a ver si puedo ayudarla.
-Deseo ¿cómo le diría?… Sí, lo quiero diferente, lunático, atento, cariñoso, aventurero, sorprendente, seguro, detallista, protector, apasionado, políglota. ¿Anota usted, señorita? Y sencillo, analítico, tierno, trabajador, inteligente, honrado, sensible, divertido, valiente, osado, delirante, apuesto, ocurrente, viajero, multicultural, inquieto, comprensivo. Espere, que me ahogo. Y poderoso, romántico, poeta, profundo, ecléctico, elegante, sincero, insaciable, jovial, delicado…
-Señora, perdone que la interrumpa, pero lo de sincero… eso no va a poder ser.
-¿Cómo?
– Pues que no. Los coreanos están probando un modelo, aunque le advierto que les quedan al menos dos años y sin demasiada garantía de éxito. Todo lo demás si estaría disponible en nuestra versión “XP Perfection Man”, pero lo de la sinceridad…
-¿Difícil?
-¡Dificilísimo! Lo intentaron hace años los alemanes del Este en un proyecto secreto que pretendía rivalizar con la llegada del hombre a la Luna y ya ve, casi es mas fácil poner una pica en Flandes que diseñar a un hombre que no mienta…Ahora, si quiere, le encargamos el modelo que le gusta con todo lo demás, y por la promoción de fin de temporada puedo regalarle que sea oyente, paciente y manitas…
-No sé. Me he desilusionado un poco. Es que a mí me parece importante la sinceridad. ¿No le parece a usted que es importante…?
-Señora, ¿qué quiere que le diga? Vivimos en un mundo donde la mitad de las cosas son mentira, y la otra mitad tampoco es que sea del todo verdad; casi todo es de plástico o virtual, tiene botox o foto-shop. Yo me conformo con que mis amigos sean amigos de sus amigos, con el amor de mis padres y con llegar a fin de mes. Más, lo que se dice más…
-Claro, visto así no me puedo quejar. Sólo me vive mi madre pero me quiere con un amor ferviente, me pagan bien por lo que hago y además, a mí, mis vecinos me saludan…
– ¿Ve? Si es que hay que mirar las cosas con optimismo.
– Pues tiene usted razón y, pensándolo bien, tengo dos muy buenas amigas que… Ni se imagina usted lo que llevamos pasado, siempre encaprichadas del mismo hombre y unas discusiones y unos celos que para qué.
– Pues con este hombre menuda envidia les va a dar. Y a un precio… Mire que me vuelvo loca, y si se lleva uno rubio y alto en stock le incluyo línea ADSL WI FI, tres años de garantía y dos airbags, delantero y trasero, por si le sale rana y se da usted un batacazo…
-¡Ay! Me pone en duda, señorita. Es que, que no sea aventurero o poeta podría pasarlo, pero que mienta…eso la verdad no lo había pensado, como era un “XP Perfection Man”
-Mujer, esto es como todo. Hay lavadoras que salen unas mejores que otras. Estos están saliendo buenos, pero si con el trato usted ve que es un caso de embustero patológico, yo se lo descambio…
-Bueno señorita, voy a hacerle caso…Pero, dígame ese alto y rubio ¿es guapo?
-¿Guapo? Guapo es poco. Se ha quedado en stock porque lo teníamos de muestra en el escaparate. Y ahora, mire por dónde qué suerte ha tenido usted. Sus amigas se van a morir de envidia porque sólo queda éste…
– Pues no se hable más. Si lo tiene prácticamente todo… Espere que le doy los datos de la tarjeta. Es que me he puesto nerviosa. Comprar un hombre es una decisión tan importante que me tiemblan los tobillos.
-No se preocupe, señora, no hay prisa.
-Nada que por más que revuelvo no encuentro la cartera…A ver si vaciando el bolso… ¡Ya! ¡La encontré!
-Pues enhorabuena. Verá que feliz es usted con nuestro “XP Perfection Man”. Ya me contará. El mío es una versión más antigua, pero le digo yo que, en cuanto me arregle un par de cosillas en la casa y los niños comprendan mejor las cosas de los mayores, lo cambio por uno como el suyo…Bueno, parecido porque de este sólo podrá disfrutar usted.