Por Nuria de Madariaga
Hace ya muchos años que, dentro de mis labores periodísticas en diferentes medios, acuñé el término de la madura-adolescente en el articulo “Elogio de la madurescencia”. Posteriormente he hablado mucho sobre el tema y sobre las circunstancias que conducen a ese estado de profundo inconformismo.
Porque se llega a él por diferentes vías y desde vivencias muy distintas. En mi caso, la madurescencia no es festiva, ni alegre y carece de la mínima sombra de frivolidad. Cuando reivindiqué para las mujeres maduras el derecho y el privilegio de sentir una inmensa curiosidad, una innegable capacidad de entusiasmarse y una tendencia a caer bajo el encanto de todo aquello que es “como Dios manda” y será porque Dios manda sobre todo lo bueno y bello del Universo. Cuando exigí a la vida mi derecho a ser remunerada y resarcida por tantos años empleados en un durísimo crecimiento: error, aprendizaje y nuevo error para aprender más y superar metas y todo ello con un desgaste físico y mental considerables, en ese momento yo no estaba ni estoy ahora, para pamplinas.
Tengo sesenta y dos años y puedo afirmar que la vida me debe mucho más de la mitad de ellos. Y los voy a vivir, porque se trata de una deuda irrenunciable.
Al espíritu de la madurescencia, de la rebeldía, se llega, más o menos fatigada, desde muchos caminos, algunos gratificantes y placenteros en los que hay mucho bueno que recordar y gratos momentos vividos. Otros infernales, en los que se agradecería tener muy mala memoria, en los que se han pasado los años, día tras día con el lema “Si hoy sobrevivo habré ganado”.
Existen madurescencias que llegan impregnadas de afecto, llegan tras superar los problemas lógicos que van apareciendo en las vidas normales de las familias, pero con solidez en las infraestructuras y desde la normalidad y el positivismo, ser madurescentes es hermoso.
Otras desembocan desde un total desamparo afectivo, desde la resistencia férrea del alma ante los malos tratos y las humillaciones, desde el trabajo, profesional o no, como responsabilidad exclusiva y las más graves vicisitudes vividas en solitario. Y en medio de esa existencia casi agónica un gesto: apretar los dientes. Una frase: no me conformo. Un objetivo: tengo que ser capaz.
Muchas madurescencias llegan desde la soledad. Y otras tantas saben o han sabido lo que es el miedo. Pero el miedo real
Comedia, drama, tragedia… Lo esencial es el inconformismo y seguir a rajatabla las enseñanza de la Toráh cuando manda no acostarse jamás sin haber aprendido algo nuevo. Las ansias de conocimiento, la curiosidad intelectual pura y esa experiencia que te da el tener el hábito de que si terceros te han arruinado y no obstante quieres conocer a gente interesante, vivir experiencias, conocer lugares y costumbres, maravillarte, emocionarte hasta las lágrimas y abrir ventana tras ventana, ya sabes que para eso están los libros. Y a ellos se recurre. Y a veces se lee para poder vivir, rectifico, madurescentes afortunadas que leen por distracción o para informarse. Madurescentes menos afortunadas que leen para huir, para escaparse.
Y nunca abandonan la aventura del conocimiento jamás. Me pongo yo como ejemplo sin ser precisamente ejemplo de nada, hubo una época que, siendo la única que tiraba del carro de mi familia trabajé como siempre de abogada penalista y como siempre de periodista, pero al tiempo sacaba un extra y traducía novelas de italiano a español de un autor siciliano y conseguí el carnet de investigadora histórica para poder acceder a la biblioteca militar de Ceuta y escribir mi “Memoria de los olvidados” sobre las desastrosas guerras de Africa y al paso hacía proyectos para repatriar nuestros cementerios españoles en Marruecos a España. Entonces tenía cincuenta y siete años y era madurescente, porque la vida me lo debía y yo lo iba a aprovechar.
La capacidad de reinventarse es la clave. Y la capacidad de poder vocalizar, pasado el tiempo, las mayores penalidades sin titubear e incluso echándole humor. Un humor ácido pero a la postre humor.
Hay madurescentes que llegan a esta aventura enteras. Otras llegamos muy lastimadas. Pero estas últimas estudiamos con ahínco medicina ortomolecular para conservar las neuronas relucientes y el cuerpo lo más vital posible. Es que ser madurescente es ser muy curiosa. Y estar muy enamorada de aprender. Siempre, en cualquier circunstancia, en todo momento, cazándolas al vuelo y eso entusiasma y encanta. Hechiza. Como el primer párrafo de “Platero y yo”, pero siendo madurescentes no hace falta gran cosa para hechizarnos ni para conmovernos. ¿Qué dicen? ¿Qué algunas debemos tener el corazón de neopreno después de los infiernos que hemos pasado? Nada de eso y además la Sabiduría Milenaria siempre ha dicho que precisamente los corazones de neopreno son siempre los más sentimentales. Es así.