De la colección “Historias de la mujer que…..”, por Brava Madrina

Cuando era adolescente, el tiempo de la mitomanía, no me gustaba ninguna estrella del rock. No soñaba con convertirme en Julia Roberts y Madonna no era para mi un fenómeno al que imitar. Me encantaba leer a Vargas Llosa pero, no fui capaz de hacer ni media hora de cola para que me firmara un libro en aquel stand lleno de gente, que se me hizo hasta un poco ridículo. No tenía un solo póster de ningún actor musculoso en mi habitación. Y aunque ya entonces ir al cine era una de mis mayores aficiones, Richard Gere simplemente me parecía un tío muy guapo pero, más bien mal actor. Al punto de que perdí la simpatía de un par de compañeras de clase cuando, en el patio del instituto se me ocurrió decir que Oficial y Caballero era mala, ñoña y machista.

Mi juventud, igualmente, transcurrió así: sin mitos, sin ídolos, sin grandes admiraciones que compartir en grupo. Llegó un momento en que me sentía un poco incómoda y quería encontrar algún héroe al que vincularme. Algún futbolista de pro, al que esperar a ver cada domingo marcando el golazo de la victoria. Pero nada!. Pasaban los años, los clubs de fans me parecían infumables, y me negaba a hacer cuatrocientos kilómetros por ir al mejor concierto del año de ningún rey del sould, ni del pop ni de la rumba toledana. Nadie conseguía despertar en mi aburrido corazoncito una de esas pasiones desbordantes que hacían vibrar al más pintado, no importaba por quien pero, en definitiva, por una admiración tan inalcanzable como absurda, a mi parecer.

Pasaron los años, y siendo ya una mujer madura, seguía con la misma desidia hacia los grandes y famosos. Lo malo no era eso, la verdad. Hubo quien por entonces ya me insinuó que mi falta de pasión atacaba también a los humanos clasificados como normales. Por más que yo trataba de justificar que mi cortante comportamiento con el género masculino se debía a una timidez desmedida, lo más cariñoso que los hombres decían de mi es que era brutalmente fría y distante. Y como pago a este comportamiento, hicieron que mi vida fuese básicamente seria y escasa de revolcones, hasta cumplidos ya los cuarenta y cinco. Pero entonces, la vida quiso que cambiara mi destino. A eso de las diez, como tantas otras noches, me fui al cine de verano con mis amigas. Al llegar, paramos en la abarrotada barra del bar a pedirnos unos daikiris con los que alegrar la proyección. Mientras estábamos en la cola, dos atractivos cincuentones nos echaron el ojo. Nosotras éramos tres pero, eso a mis amigas no les preocupaba absolutamente nada. Ellas cogerían el anzuelo antes de que yo amenazara con morder sin piedad la mano del pescador. En esas estábamos cuando sentí un zumbido de esos verdaderamente incómodo que se te mete por el oído, seguido de un cosquilleo interno. Me revolví como una loca, introduciendo el índice por mi orificio violado, y haciendo todo tipo de aspavientos y giros bruscos de cabeza, que no procuraban más que, lo que sospechaba era un estúpido mosquito, saliera si o sí de mi aturdida oreja. Y entonces comencé a oir la voz:

– Sonríe. Sonríe ahora mismo. Eres la mejor, la más guapa. ¡Sonríe!

…….. Y yo, sin entender de donde venía aquella voz interior que me hablaba con absoluto poder de convicción, sonreí. Cuando me quise dar cuenta, un grupo de personas estaban a mi alrededor tratando de apaciguar aquello que me había producido tanta distorsión, supuestamente en mi cabeza, y que nadie sabía en realidad que era.

– ¡Un insecto!- exclamé. – Un mosquito o algo así que se me ha metido dentro del oído y no deja de zumbar- Dije nerviosa. El caso es que seguía sonriendo al hablar, por más incómoda que me sentía.

– A ver- se acercó uno de los tipos.- Por fuera no se ve. Mmmm, no se, si sigues notándolo, debemos ir a urgencias. Yo te llevo encantado. Tengo el coche aquí mismo.

– No, no, gracias- le dije, exageradamente sonriente y mirándole con intensidad directamente a los ojos. – Prefiero esperar un poco, a ver si se me pasa. Lo mismo es solo la sensación, y ya ha salido – insistí melosa- mejor esperamos un rato.

Reparé en que era verdaderamente guapo, canoso, delgado, con los ojos oscuros, y un estilazo de esos que a mi nunca me habían tumbado pero, que no por eso dejaban de gustarme. El otro, más rubio y con cara de canalla, no era, sin duda, ni menos guapo ni menos ligón. De pronto mis amigas, a ambos lados de ellos, consiguiendo las primeras posiciones frente a mi, me miraban con asombro. Entonces, volví a oir:

Lo ves, es solo cuestión de sonreir. Y a ti te gustan, no disimules. Todos te gustan. Lo que pasa es que te dan miedo las pasiones.- Sonó otro zumbido dentro de mi cabeza, que agité de inmediato como si quisiera escurrir de mi aquella voz.

– ¿Te vuelve a molestar?.- Preguntó el moreno

– No, no, no es nada. Un ruidillo. Ya se me pasa….- Coqueteé.

– ¿Vais a ver la película o preferís que tomemos una copa tranquilos aquí, en la barra?. Nos encantará acompañaros.

¡No se te ocurra ser borde!. ¡Sonríe!. Di que si, que encantada y pide otro daikiri.- dijo la voz dentro de mi. Y yo obedecí…. Inmediatamente el tumulto de alrededor se dispersó, sintiéndose de más.

– Vaya, que bien, que relajadita se te ve tras el percance. Igual es que el mosquito te ha picado en el cerebro. ¡Un mojito para mi, por favor!- dijo mi amiga Carmen, mirándome con asombro.

– Y para mi otro daikiri. Me llamo Rosa.- y le zampó los dos primeros besos al rubio.

La noche continuó entre risas y charlas cada vez más animadas. Yo oía como la voz que decidí identificar definitivamente como de un mosquito, me daba órdenes y después aplaudía mi buen comportamiento. El caso es que sin saber muy bien como, aquel rum rum, lejos de molestarme, comenzó incluso a resultarme agradable. De allí nos fuimos a otro bar fuera del parque. Después Carmen, un poco cabreada, se fue a casa y Rosa y yo seguimos con otra copa acaramelándonos cada vez más a Javier e Iñaki, para terminar, al menos yo, viviendo una noche desenfrenada como jamás recordaba haber tenido antes.

Me desperté bien entrada la mañana, en mi cama, y con aquel morenazo dándome un beso en los labios mientras decía:

– Adiós preciosa. Tengo que ir a trabajar, aunque me quedaría aquí contigo todo el día. Ha sido genial. Te dejo mi teléfono anotado encima de la mesilla. Por favor, llámame hoy mismo, que no quiero perderte de vista….

Yo sonreí, a la vez que el mosquito decía:

Ponte pícara. Dile que te lo pensarás.- Y yo repetí sus órdenes.

Tuve toda la intención de seguir durmiendo a pierna suelta pero, según oí que la puerta de la calle se cerraba, los ojos se me abrieron como si tuvieran muelles. Había conquistado a un desconocido, un auténtico bombonazo, así, a la primera, tomando unas copas, en una sola noche, y sin ningún problema. ¡Y quería volver a verme!!!.

Claro tonta. Eso es lo que pasa cuando una sabe tener pasiones.- oí mientras me frotaba el oído con saña. Aquel mosquito, además de hablarme podía leerme el pensamiento. ¿Cómo era posible?. Por un lado no me gustaba demasiado que estuviera allí dentro pero, la verdad es que hacerle caso había tenido un resultado estupendo. Así que, feliz, contenta y con el cuerpo en onda, me levanté, me arreglé y me dispuse a comerme el mundo, yo creo que por primera vez en mi vida.

Pasaron los días, las semanas y los meses, después de aquella noche. Sin entender muy bien como, yo me había convertido en una máquina de conquistar señores. Por primera vez, podía elegir entre los más interesantes, los más divertidos y los más guapos. No volví a quedarme al rebufo de Rosa y Carmen, que un poco hartas ya de mi éxito, me pedían que no mirase a ningún nuevo varón en los locales que frecuentábamos. Desde el día del cine de verano, las agendas de nuestros móviles habían crecido tanto que no dejábamos de recibir ofertas para salir, y lo que viniera después. Ahora había que esforzarse por recuperar de vez en cuando nuestras charlas, durante tantos años, solo de chicas. Yo, cuando menos me lo esperaba, oía un pitido dentro de mi cabeza y después el bicho me hablaba. Seguir sus consejos era siempre garantía de éxito. Pero un día, entramos en una conversación que me pilló desprevenida.

Hoy vas a empezar una nueva etapa en tu vida– me dijo, zumbón

– ¿Pero, que dices? – le contesté-. Justo ahora que estoy mejor que nunca. No se de que me hablas….

– Por eso, porque estás mejor que nunca, ya estas preparada para hacerte fan de un famoso. Para morir de amor por un desconocido

– ¡Anda ya!, – le increpé molesta-. Déjame en paz. Ya sabes que no soporto esas gilipolleces. Pues si, ahora que vivo rodeada de pasión, voy a perder el tiempo en soñar con cualquier famoso, al que perseguir, nunca conocer y, sobre todo, nunca catar. ¡Lo que me faltaba!. No, no, déjame en paz que ya tengo de sobra con todo lo que hay a mi alrededor.

Oí una risilla de fondo, que me molestó. Aquella tarde, estaba un poco revuelta, con un “no se qué” que no me abandonaba desde por la mañana. ¡Famosos yo!, pensaba una y otra vez. Con lo estupendos que están los nada conocidos…. Propuse a las chicas hacernos un cine tranquilo y, a poder ser, nada más. Nos juntamos las tres, como de costumbre, en el café de Holanda, enfrente de las salas que más frecuentábamos. Acababan de estrenar “El Secreto de sus Ojos”. Entramos a verla, y entonces….. ocurrió:

Ricardo Darín, unas veces joven, otras viejo, siempre un poco contrahecho, con aquella nariz torcida y esos ojos de azul intenso, dejando salir su más puro acento argentino, apareció ante mi llenando toda la pantalla. Y se me encogió el corazón.

 

¿Lo ves?- dijo el mosquito- ¿ves como tu también puedes idolatrar a un famoso?

– Pero, ¿qué dices?- pensé. – ¿Qué tontería es esta?.- Grité a mi interior y me revolví en la silla un poco incómoda. El caso es que sentía el pecho oprimido y las hormonas disparadas. Cada vez que aquel letrado tímido y perdido, como era yo antes, hacía plano, yo me desbordaba de amor. Quería tocarle, amarle, cuidarle. Quería ser aquella jueza atractiva y provocadora que le hacía perder el son de las palabras. Suspiraba con cada escena, y con angustia, solo esperaba que aquella mágica película tuviera un final feliz.

– Tienes mala cara- dijo Carmen al salir.- ¿te pasa algo?.

– No…no se…bueno, si: creo que me he enamorado- Las dos estallaron de risa.

– ¿quién es el afortunado?

– Ricardo Darín- contesté. Entonces ya las risas se desbordaron. Recordaron la cantidad de veces que condené sus hazañas por esperar siete horas pegadas a las vallas de la Gran Vía, en ánimo de conseguir dar la mano- ni siquiera un beso- a un insípido Bratt Pittt, o a un indiferente Vigo Mortensen. La casi muerte por apreturas y empujones que sufrimos, solo por rozar la pierna de Mick, en el último concierto de los Rolling.

– ¡Anda que a la vejez, viruela!- dijo Rosa.

Carmen se reía sin compasión.

– ¡Ya te vale!. Bueno, al menos no tendrás problemas de idioma como yo cuando quise gritar, ¡me muero por ti! en ingles…. Dijo, y siguió riéndose.

La verdad es que me sentía como una adolescente pero, al menos, una feliz adolescente. Al llegar a casa, empecé a buscar en Internet información sobre el actor. ¡Que horror!. Estaba casado hacía casi 20 años.

No te preocupes– dijo el mosquito- todos lo están. Pero, eso no impide soñar con ellos

– ¡Maldito!- grité -Te dije que yo no quería estos líos. ¿de que me va a servir ahora suspirar por ese insulso argentino al que nunca podré tener. ¡Que estupidez!

– Si, estupidez pero, mírate, ahí estas, tratando de saber si dicen algo sobre su matrimonio, si hay posibilidades de ruptura, si va a venir a España, si a Nueva York el mes que viene. ¿Qué tiene de malo soñar?. Déjate llevar …..

Y tenía razón, una vez más. Solo tenía que dejarme llevar. ¿Qué había de malo en soñar con el amor de aquel actor, dulce y distante, que vivía, amaba y existía en el mismo mundo que yo?. Dejé el ordenador, y me fui a la cama. Abracé la almohada y comencé a imaginar que paseaba por la playa, y en dirección contraria Ricardo avanzaba hacia mi…..

Pasaron los meses entre mitos y leyendas y, pese a no renunciar en absoluto ni a mis anteriores ni a mis nuevas conquistas, cada día utilizaba un rato en recopilar información sobre Ricardo, mi verdadero amor. Decidida al todo por el todo, me propuse seguir sus pasos y averiguar sus movimientos con la mayor precisión posible. Así vi que vivía en Buenos Aires pero, trabajaba indistintamente en Los Ángeles, Nueva York, en Madrid, y tenía negocios de vino en Chile y en Méjico. Averigüé todos y cada uno de los festivales en los que se presentaría la película, y todos los premios a los que aspiraba el actor. Tenía que conseguir encontrarle solo y fuera de Buenos Aires, donde era más probable que acudiese a los eventos acompañado de su mujer. Definí una agenda completa llena de itinerarios y organicé paralelamente un calendario para nosotras tres, sin dar muchas explicaciones a mis amigas. Yo en el trío siempre había sido la encargada de organizar los viajes, ¿no?, pues ahora, seguía siéndolo y solo era casualidad que aquel año fuéramos a Venecia, Cannes, Lima y Nueva York, coincidiendo con algunos festivales de cine….en los que siempre estaba “El secreto de sus ojos”.

Pero nada, por mucho empeño que le ponía, no conseguía aquel encuentro soñado que unas veces se producía en la entrada de una sala, otras en la barra de un bar, algunas sentada en un banco de un florecido parque y las más, en un lugar indefinido en el que, al fin y al cabo, lo único que ocurría era lo que tenía que ocurrir: Ricardo y yo nos encontrábamos, nos mirábamos, nos besábamos y dábamos rienda suelta a nuestro amor.

La verdad es que aquella azarosa búsqueda, me hizo relacionarme con un montón de famosos y famosillos a los que, siguiendo el consejo permanente de mi mosquito, llegaba a conocer, incluso en profundidad…. Era la noche del 23 de Junio cuando, mis amigas y yo, entramos al ático que Joaquín Sabina tenía enfrente de la iglesia de San Francisco. La noche era verdaderamente mágica y las hogueras daban una luz especial a la ciudad. Nada más llegar, Joaquín sin duda lo había preparado, tres mocetones de no más de 40, nos asaltaron con tres martinis ya preparados y por cierto, cargados con ginebra para reventar. Pasamos cerca de un par de horas entre risas, pinchitos, tortilla y jamón con los que amortiguar el alcohol, y mis chistes, apuntados siempre por el mosquito, me convirtieron rápido en el centro de la reunión.

De pronto, observé que la cara de Rosa se demudaba. Blanca como un lirio, comenzó a darme golpecitos en el brazo, sin mirarme, haciendo gestos con la cabeza y no siendo capaz de más que de tartamudear un incomprensible

– Mi…mi ….mi….- y que yo acabé entendiendo que quería decir mira!, así que volví la cabeza, y miré. Al lado de la puerta de la terraza, Ricardo Darin con camisa blanca, pantalón de verano y una impecable americana que simplemente le hacía parecer un poco menos contrahecho de lo bien que le sentaba, saludaba a unos y a otros con su arrebatadora sonrisa y sus gestos atractivos y cariñosos. Sentí que las piernas no me sujetaban el cuerpo pero entonces, justo a tiempo, el mosquito me recomendó que me mantuviera firme y recordara:

– Sonríe, simplemente, sonríe. Piensa que en el fondo éste es igual que los otros. Déjate llevar…..

Y entonces ocurrió. Con todos mirando hacia él, Ricardo se giró cuarenta grados para saludar a aquella enflaquecida Alaska que ya era tan anoréxica como su escuálido marido. Y me vio. Yo le sonreí. Sus ojos iban y venían una y otra vez hacia mi, deteniéndose en mi persona durante segundos que cada vez me parecían más largos. Hasta que dando una palmadita en la espalda a Olvido, hizo ademán de finalizar la conversación, giró un poco su cuerpo y comenzó, sin desviar ya la vista ni un segundo, a avanzar firme, seguro, lento pero directo, hacia mi. Al llegar a mi lado, clavando su mirada en mis ojos, deslizó una galante mano que acertó apenas a rozarme la cintura, mientras me daba dos besos.

– Sonríe, simplemente sonríe

Sin soltar mi cintura dijo:

– ¡Hola flaquita!. ¡Que alegría verte!. Porque…..nosotros nos conocemos ¿verdad?

Yo sonreí, simplemente sonreí y le contesté

– Si, ahora ya si.

COMPARTIR:

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies