Por Consuvisa

Madrid, 30 de Mayo de 2016 (era el cumpleaños de mamá)

Mucho antes de conocer el término madurescente ya me sentía sorprendida por los sentimientos que manejaba. Me quedé huérfana a los cincuenta y un años, no podía entender que con esa edad, con una pareja excepcional, rodeada de amigos y una vida plena…me pudiera sentir tan desprotegida, desamparada, indefensa, sola…cuando murió papá en 2011

¡Soy huérfana! … es un sentimiento despiadado aunque tengas más de cincuenta años, es un vacío profundo y sordo que sientes en tu interior, tanto en el estómago como en el corazón.

Es sorprendente que siendo adulto, sin hijos, te puedas sentir abandonado por haber perdido a tus padres, pero es así por muy “madurescente” que seas, el sentimiento de orfandad es brutal. ¡Se echan tanto de menos!, dejan un vacío tan grande…un abismo ante la vida, mi vida y la felicidad…

Pero, además los números siguen al acecho, el reloj sigue marcando el tiempo, continúa filtrándose como aceite frio en el empedrado, lenta, suave, imparable, irremediablemente… sumando una tras otra las pérdidas constantes que en la etapa madurescente parecen más latentes y continuas; padres, hermanos, pareja, primos, amigos, familiares, mascotas… se van sumando uno tras otro y en los días señalados se hacen más perceptibles, más doloroso…

Hoy lo entiendo, una vez pasado el duelo, cicatrizada la herida abierta por la orfandad,  consigues darte cuenta de que en el fondo siempre están contigo, están en ti. Ese recuerdo me fortalece, me empuja a seguir hacia adelante, a pensar que cada minuto hay que saborearlo, disfrutarlo…a respirar honda y lentamente, ponerme en pie y continuar con el día a día, tal y como me enseñaron… “cada día amanece y me traerá algo nuevo”.

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